Mt 20,1-16 |
Nuestra idea de justicia está muy lejos de la de Dios. Mientras nosotros pensamos, a más méritos, más recompensa; a más tiempo y obras, mayor salario. Nuestra razón no alcanza a entender las razones de Dios, y mientras a nosotros nos parece que el tiempo, la cantidad y las obras son directamente proporcionales a los salarios o recompensas, con Dios no funciona así.
En la parábola que Jesús nos cuenta hoy, una hora para el Señor de la Viña puede ser suficiente para recompensarle con el salario de una jornada completa. Al parecer es el tiempo ni las muchas obras lo que premia el Señor, sino la disponibilidad, la buena intención y la actitud del corazón. Sorprende, pues, desde la razón humana, que a los últimos de esta parábola, el Señor de la Viña les pague lo mismo que a los que han trabajado todo el día. No entra en nuestras cabezas esa forma de establecer derechos y justicia.
Pero, ¿olvidamos que el Señor de la Viña, no solo nos da el trabajo sino que también es Señor del tiempo, la vida y todas nuestras obras? Por Él somos y existimos y, aunque nos ha regalado también la libertad para elegir ir, hacer y obedecer, Quizás, esa sea, aunque es también un regalo de su Amor e Infinita Misericordia, la alternativa a responderle o rechazarle.
De cualquier modo, para el Señor de la Viña, no cuentan ni las obras, ni las horas de trabajo como lo verdaderamente importante, Él solo nos pide la entrega de nuestra libertad, recibida gratuitamente, porque todo lo demás corre por su cuenta, es decir, son añadiduras que el Señor nos regala a nuestra respuesta de corazón de acudir a su llamada. ¿Acaso no nos damos cuenta que el Señor sale cada día a invitarnos a su Viña para que, auxiliados y asistidos por el Espíritu Santo, demos los frutos que a cada uno corresponde dar al amor que Él nos da?
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