Hay momentos en nuestra vida que nos sobrepasan y que difícilmente llegaremos a comprender. Un creyente comprometido, digo, practicante, sabe que Dios está presente en su vida y que interviene en ella si se lo pide. Sabe, también, que de todas formas, Dios, está presente e interviene en el mundo - que el mismo ha creado - y que sostiene, pues, de dejarlo desaparecería en un santiamén. Sí, es verdad, que respeta la libertad, que el mismo le ha dado al hombre. Posiblemente no nos demos cuenta, pero, siempre lo hará de forma positiva y para nuestro bien, porque su Amor es Infinito.
El Evangelio de hoy - ya próximo a la Navidad - nos habla del sacerdote Zacarías y de su esposa Isabel - prima de María, la esposa de José - ambos justos delante de Dios y fieles cumplidores de sus mandamientos. De momento ven cumplido su petición al Señor de tener un hijo, a pesar de que a su edad avanzada lo hacía imposible. Sin embargo, Zacarías duda y queda mudo por un tiempo.
Es posible que nos ocurra también a nosotros y que dudemos de la presencia de Dios. Sin Él se nos hace de noche en nuestro camino y nos perdemos. La esperanza y perseverancia son dos virtudes muy importantes y sumamente necesarias. Quien espera, cree. Cree que el Señor, si así conviene a nuestra vida, actúa y nos da, si no lo que pedimos, sí lo que nos conviene.
En el caso de Zacarías era necesario y estaba previsto en el plan de Dios que naciera Juan - el bautista - y que, lleno del Espíritu Santo, preparara el camino a Jesús, el Mesías, que había de venir a anunciar la Buena Noticia de Dios a los hombres.
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