Nuestra necedad es tan grande que pensamos que somos dueño de nuestra vida y de nuestro cuerpo - la viña que hemos recibido - y que podemos administrarla como nos guste y según nuestras apetencias e intereses. Esto tendrá sus consecuencias con esas ideologías de la utilización del cuerpo, aborto y de más. Pero, escuchamos y meditamos la Palabra de Dios según el pasaje evangélico que hoy nos ocupa.
La cosa es tan seria que, aun sabiendo que nos será arrebatada - la vida - en nuestra hora final, vivimos de forma indiferente y mirándonos el ombligo. En el Evangelio de ayer, Jesús nos narra la parábola del rico epulón y en ella nos retrata con exactitud. Y hoy, nos descubre como verdaderos usurpadores de la viña - vida y cuerpo - que nos ha sido dada para su administración.
Sin lugar a duda, se nos ha dado la vida y también cualidades y talentos, que nos toca a nosotros descubrir y de los que se espera unos frutos. Frutos de un sabor y condición amoroso, servicial e incondicional. Porque, lo que hemos recibido gratuitamente no nos ha sido dado para nuestra propia satisfacción, sino para compartirlo con los que lo necesitan.
Nuestra viña necesita cuidados para que dé frutos. Frutos que deben ser compartidos con los menos agraciados - ejemplo de ayer con Lázaro - y con todos aquellos que puedan necesitarlo y lo deseen. Por eso, debemos estar atentos, abiertos y agradecidos para dar y darnos en lugar de encerrarnos egoístamente en nosotros mismos.
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