La vida, también nuestra vida, está llena de tradiciones y costumbres que nos arrastran hasta llegan a someternos y crear hábitos rutinarios a los que llegamos a endiosar y a aceptar como fundamentos de nuestra fe. ¡Y no los son! Pueden llegar a ser importantes, pero nunca fundamentales. Porque, lo fundamental de nuestra fe no se apoya en actos y cosas externas que nos llegan de afuera, sino en lo que se cuece y nace dentro de nosotros mismos, es decir, en nuestros corazones.
Es el corazón donde nace y se cuece el pecado y también donde nace la fe como resultado de un encuentro profundo y real con Jesús. Por tanto, el escándalo de aquellos que se escandalizan y desvían la atención y el encuentro de otros con Jesús es cosa muy grave. Ya lo dijo Jesús en una ocasión: «Ay de aquel que escandalice: Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar»
Nuestra fe se fundamenta en Jesús y es en Él donde hay que mirarnos. Él es el Camino, la Verdad y la Vida y es a Él a quién hay que seguir. Por eso, mirarnos en otros equivaldría a cerrar nuestros ojos y ser guiados por ciegos. La realidad es que eso no nos llevaría a ninguna parte salvo a precipitarnos por el precipicio. Jesús lo advierte y nos lo dice claramente: Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.
Conviene, pues, reflexionar sobre nuestras costumbres y tradiciones y darle la importancia que tienen. Pero, nunca tomarlas como el fundamento de nuestra. Las costumbres y tradiciones están sujeta a cambios y evoluciones, más nuestra fe siempre será la misma y estará fundamentada en Xto. Jesús, el Hijo de Dios que nos la ha revelado.
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