En el camino de mi vida se hace necesario, pararme, hacer silencio y buscar respuesta a esas preguntas que conviene plantearme y responder. Porque, están dentro de nuestro corazón e inquietan y claman por una respuesta. De no hacerlo, corremos el grave y gran peligro de quedarnos instalado en la mediocridad y perder la hermosa e infinita posibilidad de alcanzar esa plenitud gozosa que, inevitablemente, todos buscamos.
Es evidente que todos, y yo, por supuesto, entre ellos, buscamos la felicidad. Sin embargo, la experiencia de la felicidad que conocemos es muy limitada, no alcanza a satisfacernos plenamente y es finita con tiempo de caducidad. Aparece y desaparece sin apenas darnos tiempo para saborearla. Aspiramos, por tanto, a una felicidad, no solo plena sino eterna. Y, según vamos experimentando, en este mundo no parece encontrarse.
El problema y el gran error es equivocar la manera de buscarla. Si realmente buscamos una felicidad apropiada a nuestra manera de pensar y de vivir – mundo – nos encontraremos con una felicidad ya conocida, la que hemos experimentando en algunos momentos de nuestra vida. Pero, si queremos encontrar y, por tanto, buscar, una felicidad plena y que sea eterna, tendremos que salir de este mundo y buscarla en ese otro mundo al que Jesús, el Hijo de Dios, nos invita.
Y, salir de este mundo nos lleva a olvidarnos de nosotros para pensar en los demás. Es decir, nos invita a amar al estilo del que Jesús, el Hijo de Dios, nos invita y le responde a la pregunta que Juan busca de Él: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los… Por tanto, busquemos donde realmente podemos encontrar ese Camino, esa Verdad y esa Vida Eterna. Él, el Señor, nos lo está mostrando.
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