¿Qué buscamos, a un rey, a un líder, a alguien que nos solucione la vida? ¿Qué salimos a ver y a oír en el desierto, a un poderoso? Esa es la pregunta que nos debemos hacer cada día. El Mesías que Juan anunciaba y que nos invitaba a preparar su venida no iba por el camino del poder ni del confort. Eran otras las propuestas que nos hacía.
A este respecto, Jesús nos dice: Lc 7,24-30 «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten magníficamente y viven con molicie están en los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que… Y, ¿cómo están nuestros oídos? ¿Abiertos, disponibles y en actitud de escuchar y acoger esa preparación de bautismo de conversión?
En muchos momentos y circunstancias nuestros oídos se cierran y no quieren ni dejan entrar nada. Sobre todo, aquellos que se sienten y creen fuerte y poderosos. Aquellos que están en el poder o instalados en las riquezas y se sienten que van a perder sus estatus quo. Nos damos cuenta entonces lo difícil que supone para una persona instalada en el poder, riqueza u otro estatus salir de sí mismo y aceptar un bautismo de conversión. Se necesita vaciar nuestro corazón de tantas cosas, a fin de cuentas que no sirven para mucho, son finitas y caducas, y llenarlo de la plenitud y gozo de felicidad eterna.
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