Lc 1,39-56 |
María,
consiente de su elección y en respuesta a la alabanza de su prima Isabel,
responde con ese canto del Magníficat descubriendo su fe, su obediencia, su
humildad y alabanza a Dios: «Proclama
mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora
todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en…
Desde este momento, María, es nuestra Madre y
nuestra guía en llevarnos y acercarnos a su Hijo, el Mesías prometido que,
encarnándose en Naturaleza humana, ha bajado a este mundo para liberarnos de la
esclavitud del pecado. Precisamente, hoy, celebramos esa festividad de la
Asunción de la Virgen, porque, María, nuestra Madre, está en el Cielo e
intercede por nosotros, como hizo en la boda de Caná, para que nuestros
corazones se abran humildemente a la Palabra de su Hijo e, injertados en Él, vivamos
en su Palabra y su Amor Misericordioso.
—Sabiendo lo que significa una madre, Pedro,
tener a María, Madre de Dios y Madre nuestra en el Cielo es una gran ventaja.
Porque, una Madre nunca se cansa de esperar y de interceder por nosotros.
—Tienes razón, Manuel, —respondió Pedro. Es un
privilegio y una oportunidad muy grande poder acudir a la Madre que nunca se
aleja, que siempre está y que nos abre sus brazos para acogernos y presentarnos
a su Hijo, el Salvador.
—¡Demos, pues, gracias a Dios —dijo Manuel— por
este hermoso regalo!
Ambos amigos llenos de gozo y alegría alzaron la vista al cielo y entonaron alabanzas a María, nuestra Madre. Pidamos también nosotros ir de la mano de María tras las huellas de su Hijo, porque, es ella la que mejor nos puede llevar al encuentro con su Hijo. Amén.
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