Es cierto que en
algunos momentos de nuestra vida no actuamos como deberíamos y no ponemos todos
nuestro esfuerzo en preocuparnos por buscar soluciones y poner remedio para
evitar el mal. No se trata de, como este administrador injusto, actuar mal y
con mentiras y robos. Se trata de ser astuto y ver a donde me lleva el comportarme
mal y dejarme arrastrar por la ambición, el desenfreno, la irracionalidad y el
placer.
No cabe duda de
que el ambiente tiene su influencia e importancia. Un mal entorno puede llevarte
a la corrupción y a tu propia destrucción. Los ambientes, si son malos, pueden
arrastrarte al vicio, a los malos hábitos y a perderte. Por eso necesitamos la
astucia de saber donde me meto, donde está el bien y el mal.
El amo alabó a
aquel administrador injusto, no por lo que le robó, sino por su astucia para
solucionar su problema. ¿Actuamos nosotros así, es decir, ponemos nuestro esfuerzo
en dilucidar el bien del mal? Ciertamente, termina diciendo el Evangelio que
los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la
luz.
¿Qué hay dentro de nuestro corazón? ¿Qué objetivos perseguimos? ¡Buscamos dar satisfacción a nuestra soberbia, egoísmo, placeres, poder…etc.? ¿O buscamos actuar con transparencia, honradez, verdad y justicia? ¿Qué elegimos? Esa es la pregunta que nos suscita la Palabra de Dios en este Evangelio. Buscar la astucia, sí, pero siempre a la Luz de la Palabra de Dios.
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