Todo lo que no
huela a eternidad sabe a poco. Es evidente que seguir a Jesús da pérdidas. Pérdidas
materiales que erróneamente, y por desgracia e ignorancia, damos más valor que
a las espirituales. Jesús nos ha dicho en alguna ocasión: “No os hagáis tesoros
en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y
hurtan; “sino haceos, tesoros en el cielo… “Porque donde esté vuestro tesoro,
allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19–21).
Quizás nos ocurra
a nosotros lo mismo que a Pedro y los demás apóstoles. Experimentamos en muchos
momentos esa sensación de que estamos perdiendo el tiempo y la oportunidad de
conseguir cosas en este mundo que, pensamos, nos harían la vida más feliz. Y
eso es oficio de aquel que está al acecho, el Maligno, que conoce nuestras
debilidades y dudas y aprovecha para tentarnos y seducirnos.
Tenemos, no no lo
olvidemos, ayer domingo nos los decía el Evangelio, al Espíritu de Dios con
nosotros, Nos ha sido enviado desde la hora de nuestro bautismo para que, como
a los apóstoles, nos fortalezca, nos dé sabiduría, paz y valentía para, por su
acción, saber discernir y elegir el buen camino que no es otro que seguir a
Jesús.
Porque en Jesús, a pesar de sufrir persecuciones y amenazas, tendremos paz y el gozo de saber que alcanzaremos esa felicidad de gozo y plenitud eterna. Ya nos lo dice en el Evangelio de hoy: Mc 10,28-31): En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros».
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