viernes, 28 de julio de 2023

LIMPIA, ESPÍRITU SANTO, TODO LO QUE DE CAMINO DURO, PEDREGROSO Y ABROJOS HAY EN MI CORAZÓN.

Siempre tendremos al causante de que nuestra tierra no esté lo suficientemente limpia atento a ensuciarla, contagiarla y hacerla infértil, el pecado. Y siempre tendremos al tentador aprovecharse de nuestras debilidades y precipitarnos a la tentación.

Y siempre tendremos que estar atentos, ávidos y dispuestos a no desfallecer y estar injertados en el Espíritu Santo para que ese camino duro, terreno pedregoso y abrojos no nos seduzcan y sequen nuestra fe, esperanza y caridad. Un camino endurecido por nuestra pereza, nuestros esfuerzos desesperanzados, baldíos y cómodos. En esa calidad de tierra la semilla sembrada por la Palabra de Dios tiene pocas o ninguna posibilidad de germinar. Los pájaros de la vida – nuestras propias seducciones – la devoran y nuestra inquietud de germinar y dar frutos desaparece.

Es evidente que la Palabra de Dios nos gusta, nos llega al corazón, nos alegra y da esperanza. Cuando lo escuchamos con paciencia y tranquilidad nuestro corazón despierta y exulta de paz y gozo. Nos sentimos bien, a gusto, alegres y renovados. Experimentamos fortaleza y deseos de hacer esa Palabra vida en nuestra vida.

Pero, observamos que nuestro camino sigue igual de duro y difícil. Incluso hasta se empeora en muchos momentos. Aparecen las dificultades, enfermedades y problemas que nos invitan a reflexionar y pensar que antes, quizás, estábamos mejor. Nos desencantamos y pensamos en regresar y, casi sin darnos cuenta, nos olvidamos de esa Palabra – buena semilla – que había encendido nuestro corazón y darle sentido a nuestra vida. Ese terreno pedregoso no ha permitido que nuestra semilla eche raíces y pueda dar frutos. Y nos quedamos estériles y vacíos.

Por otro lado siempre vamos a encontrar cizaña en nuestra vida. El pecado la ha sembrado en nuestro corazón y permanece junta a la Buena Semilla que la Palabra de Dios ha derramado en nuestros corazones. Nos damos cuenta qué la lucha es a diario. Nuestra naturaleza contagiada y herida por el pecado establece una lucha diaria que, sin la asistencia y ayuda del Espíritu Santo, nos será imposible sostener y vencer.

Es evidente, llega el momento de la gran decisión: Abrir nuestro corazón a la Palabra de Dios y dejar que el Espíritu Santo – venido a nosotros en nuestro bautizo – are, abone, limpie y riegue nuestra tierra para que purificada de toda dureza, piedras y abrojos germine y dé frutos. Entonces entenderemos esa Buena Noticia y, por la Gracia de Dios, daremos frutos. Unos cientos, otros sesenta y otros treinta.

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