No sabemos el día
ni la hora, pero sí que la cita tendrá lugar. Es la única cita segura y a la
que no fallarás ni tú ni quien te ha citado. Y será ese momento el resumen de
toda tu vida. Por tanto, conviene ir preparado y tener la alcuza llena de aceite
del bueno para que tu lámpara de amor misericordioso esté siempre activa y
plena de fuego de amor.
La única realidad
de esta vida es la hora de nuestra muerte. Sabemos con certeza que llegará, eso
sí, no conocemos la hora ni el día, ni siquiera el momento, pero sí que llegará.
Es de sentido común estar preparado. De la misma manera que nos preocupamos por
dejar todas nuestras cosas preparadas, debemos preocuparnos por estar nosotros
preparados, por que la cita es inminente y en ella nos jugamos toda nuestra
felicidad eterna.
Puedes pensar lo
que quieras o te interese, pero no podrás negar que dentro de nosotros hay una
fuerza irresistible que nos empuja a buscar la felicidad. En otras palabras, hemos
sido creados para ser felices. Por experiencia sabemos que en este mundo no conseguimos
ser felices. Es, por tanto, de sentido común alcanzar esa felicidad en el otro
mundo.
¿Por qué tenemos en lo más profundo de nuestro corazón ese deseo innegable de felicidad y no podemos cumplirlo plenamente en este mundo? Precisamente por eso, porque la plena felicidad está en el otro mundo al que iremos en el momento de nuestra muerte. Y de eso se trata, de llegar con nuestras lámparas encendidas y provista nuestra alcuza de aceite. Es decir, sostenernos en la fe, en la esperanza de la venida del Señor, fieles, comprensivos y pacientes de que hemos sido invitado a ese Banquete de Vida Eterna y que por la Misericordia Infinita de nuestro Padre Dios seremos recibidos.
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