Sabemos que hay
muchas cosas que nos son imposibles de alcanzar. A medida que caminamos por la
vida vamos conociendo y experimentado que no todos nuestros deseos son
factibles de realizar. Sin embargo, cuando somos capaces de descubrir que Jesús,
el Hijo de Dios, pasa por nuestra vida, todo recobra sentido y todo se vuelve
posible.
Jesús, el Señor,
es nuestra salvación y, de la misma manera que de Él hemos salido, a Él
volveremos, y en Él seremos eternamente perfectos y felices. Ese ciego sabía, al
menos lo creía firmemente, que Jesús le podía dar la vista de la que carecía y,
sin titubeos ni respeto humano a aquellos que le mandaban callar, grita y grita
hasta llamar la atención de Jesús.
Sabemos que
sucedió por el Evangelio, pero, ¿y nosotros? ¿Estamos atentos, expectantes y
vigilantes al paso de Jesús por nuestra vida? Porque, como Bartimeo, que era el
nombre de aquel ciego, Jesús pasará por nuestra vida y nos dará la oportunidad
de llamarle, de buscarle, de insistirle para que nos dé la vista de la fe, de
la gracia de descubrir que Él es el Señor de nuestra vida y en Él podemos
encontrar lo que realmente buscamos, el gozo, la paz y la felicidad eterna.
No perdamos la ocasión de descubrir el paso de Jesús por nuestra vida y pidámosle con firmeza y fe, confiados en su Palabra, que nos dé la vista de saber que Él es el Hijo de Dios y de seguirle sus pasos. Él es verdaderamente el único Camino, Verdad y Vida, y nuestra felicidad y gozo eterno está en descubrirle, escucharle, creerle, obedecerle y seguir sus pasos.
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