Creo que incluso
lo comprendemos desde la gran distancia en el tiempo que nos separa de los
apóstoles. Tampoco a nosotros nos resulta fácil ahora creérnoslo. Tenemos el
testimonio escrito de los apóstoles, de la Iglesia que ha ido transmitiendo la
Resurrección del Señor a través de los siglos, pero nosotros y cada generación
correspondiente seguimos desconfiando y poniendo pegas.
Es evidente que
sin fe no podemos dar un paso, y menos tener un encuentro serio y profundo del
Señor. Se hace necesario creer, fiarnos del testimonio apostólico, de la
Iglesia y de la Palabra del Señor. Y, sobre todo, de abrirnos a la acción del
Espíritu Santo.
Todo se ha cumplido en Él. Estaba escrito y trazado ya el plan de salvación que el Padre había pensado para su Hijo, y para recuperarnos devolviéndonos la dignidad de hijos y liberándonos de la esclavitud del pecado. Pero, somos tercos, preferimos las cebollas y la esclavitud de Egipto al camino, aunque de cruz, del desierto que nos lleva al encuentro con el Señor y a participar de la Gloria Eterna. Pidamos al Espíritu Santo, que nos acompaña desde la hora de nuestro bautismo que nos abra los ojos, el entendimiento y aumente nuestra fe.
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