Es evidente que
vivimos con los ojos cerrados. O, al menor, los mantenemos cerrados la mayor
parte del tiempo. Es cuestión de escucharnos y, sobre todo, de Escuchar al
Señor que nos habla cada día. Sucede que apagamos, con nuestros ruidos, su Voz
y nos afanamos, mal dirigidos por el príncipe de este mundo, en la búsqueda de
las cosas materiales y caducas de este mundo. Solo lograremos ser cada día más
infeliz.
Debemos hacernos
una pregunta: ¿Qué es lo que realmente buscamos en Jesús, la solución a
nuestros problemas o parecernos a Él y darnos como Él se dio? Porque, lo
primero es innato al ser humano y lo que instintivamente y espontáneamente el ser humano busca. Todos
buscamos y deseamos satisfacer nuestras necesidades de salud y subsistencia, y
en Jesús, sobre todo después de la multiplicación de los panes, todos le buscan
para satisfacer materialmente todas sus carencias.
No debemos
asustarnos ni preocuparnos, es algo consustancial con nuestra propia naturaleza
y normal que procedamos de esa forma. Pero, Jesús no nos rechaza por eso, al
contrario se nos ofrece como solución a todos nuestros problemas que se nos
plantea en este mundo. Dichoso y bienaventurados los que creen en Él. Y es que
en esa relación con El, como ocurrió con los apóstoles, encontramos la Luz y la
Gracia de que nuestro entendimiento se ilumine y nos demos cuenta del Amor
Misericordioso de nuestro Padre Dios y recibamos el don de la fe.
Conviene, pues, levantar nuestra mirada hacia arriba y atesorar tesoros, no de aquí abajo, sino de los que son apreciados y valorados en el Cielo. De sobra sabemos cuales son. Busquemos pues, al Señor por lo que nos puede ayudar a vivir en el Amor y la Misericordia.
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