Jesús sabe a donde
se dirige y lo que va a sufrir. Y, es evidente, quiere compartirlo con los
apóstoles para que no sean sorprendido y sepan a que atenerse. Es de sentido
común que quieras preparara a los tuyo para lo que se avecina a fin de que
asuman mejor la situación sin sobresaltos.
Sin embargo, los
apóstoles no entienden y, claro, se entristecen. No cabe en sus cabezas lo de
la muerte ni lo de la resurrección. Están, como es de suponer, tristes. Ahora,
mirémonos nosotros: ¿Cómo acogemos esa noticia? Sabemos que también a nosotros
nos toca esa hora, la muerte. Sin embargo, no pensamos en ella y, quizás por
eso no nos afecta tanto. Incluso, cuando estamos enfermos siempre pensamos que
vamos a curarnos y a vencer la enfermedad. Es evidente que hay algo dentro de
nosotros que nos da esperanza y que nos ayuda mucho a vencer esa preocupación
que no nos dejaría vivir en paz.
En el caso que no ocupa, Jesús, el Señor, sabe que vencerá a la muerte, pero quiere que nosotros nos enteremos y lo sepamos. Es más, que lo creamos, porque supuestamente no cabe en nuestras limitadas cabezas. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, no hay muerte sino paso – Pascuas – de la muerte a la verdadera Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad. Y esa debe ser nuestra mirada, nuestro pensamiento, nuestra alegría y nuestra esperanza. ¡El Señor Vive, ha Resucitado y camina en y con nosotros!
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