Encontrar las
palabras precisas que expresen ese acontecimiento de la concepción de María y
la revelación que hace su prima Isabel al descubrir su presencia, no es nada fácil.
Primero, porque nos cuesta trabajo entenderlo, y segundo, porque escapa a
nuestra experiencia. Es don de Dios y, por supuesto de fe, entenderlo y poder
expresarlo.
Sin embargo, desde
nuestra propia fe, la que, por la Gracia de Dios, tenemos en estos momentos,
damos gracias por la presencia de María, su humildad y su fe con la que da
respuesta afirmativa al Plan de Dios en ella. Y quedamos asombrados y perplejos
a la revelación de Isabel – su prima – al recibirla y proclamar: «Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre
de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo,
saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
Porque nos
preguntamos, ¿de dónde sabe Isabel esa concepción de su prima María? No hay
otra alternativa que ser iluminada por el Espíritu Santo. ¿Y no es eso un
milagro? Y más todavía al responderle María con ese canto del Magníficat: «Proclama
mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador
porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora
todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor
maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de
generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados
de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y
despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la
misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de
su linaje por los siglos», donde manifiesta y descubre su fe y humildad.
Es de sentido común suponer y creer que María fue asunta al Cielo, pues ¿no es ese el mejor regalo que su Hijo podía darle, tenerla y llevarla con el a la Gloria de su Padre? Y, para nosotros, ¿no es el más y mayor regalo tener una Madre, como María, en el Cielo junto a su Hijo y a su Padre Dios? Yo, al menor, lo creo firmemente.
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