Sucede con mucha
frecuencia, más de lo habitual, confundir el matrimonio con la pasión. Dicho de
otra forma, la pasión es el vehículo donde se asienta la vida conyugal. Y,
debilitada esta pasión, la unión conyugal pierde todo su sentido. Craso error
que conlleva la ruptura matrimonial.
Nada más lejos de
la realidad tener este concepto de lo que realmente es el matrimonio. Apoyar y
fundar el Sacramento del matrimonio en la atracción física y sexual es el
disparate más grande de la unidad conyugal. Con la edad, incluso con la
convivencia asidua y sexual, surgirán problemas y, quieras o no, eso te exigirá
soportar, aceptar y sacrificar muchas cosas que te resultarán pesadas, duras y
hasta desilusionantes. La experiencia nos lo descubre en el tiempo.
Y llega el momento
de que, sólo el compromiso de amar sin condiciones y estar dispuesto y abierto
al servicio mutuo, dará sentido a la unión y al matrimonio. Porque, realmente,
el amor es un compromiso para toda la vida y nunca se puede gastar, y menos
acabar. El amor cuando es de verdad es eterno. ¿Entenderíamos que Dios, que nos
ha creado por amor, dejará de amarnos?
Si en un momento
determinado has decidido unir tu vida por amor a otra persona – hombre y mujer
- ¿cómo puedes decir que ya no existe ese amor? Seguramente hay otras causas
que están dentro de ti, otros deseos sexuales, otras ambiciones, otros proyectos
y egoísmos que te impulsan a romper tu compromiso de amor. Y eso es una gran
mentira a ti mismo. Amar exige esfuerzo, despojo, sacrificio y, sobre todo,
compromiso. Y quien no entiende esto estará, como veleta al viento, saltando de
nido en nido hasta que se canse y vea el vacío que ha dejado en su vida.
Es Palabra de Dios, el matrimonio, el verdadero matrimonio es para toda la vida. Y Dios no se equivoca. Somos nosotros los que nos equivocamos porque anteponemos nuestros egoísmos y satisfacciones a nuestros compromisos. Eso lo descubrimos realmente con nuestros hijos. Somos capaces hasta de dar la vida por ellos. ¿Y cómo no por nuestro matrimonio?
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