Podemos caer en la
trampa de pensar que somos los llamados a hacer el bien y a proclamar la Palabra
de Dios. Podemos, incluso, llegar a pensar que tenemos la exclusiva de ser los
elegidos para predicar, enseñar y hacer el bien. Y eso sería fatal y un gran
error. Sólo el Espíritu de Dios, recibido en nuestro bautismo, nos dará la
sabiduría, la fortaleza y la capacidad para vivir y anunciar la Buena Noticia.
Y el Espíritu Santo sopla donde quiere y mueve a quienes quiere. Tanto estén dentro o afuera de la Iglesia. Sólo Él sabe lo que mora dentro del corazón de cada cual, y sus verdaderas intenciones. Por otro lado, es lógico y de sentido común que quienes obran y actúan en nombre de Dios, no podrán estar en su contra, sino todo lo contrario, a su favor.
Por tanto, tengamos la suficiente humildad para sabernos instrumentos inútiles en manos del Señor, y dejar que sólo Él mueva nuestros corazones en aras de actuar siguiendo la Voluntad de nuestro Padre Dios. Sus palabras fueron estas: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.»
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