Y un mundo donde no
se escuche ni se mire a Dios, es un mundo de sordos y ciegos desorientados, de
engaños, de odios y venganzas, de guerras y muertes. Y no hará falta
demostrarlo sino abrir los ojos para verlo claramente. Ejemplos hay bastantes
delante de nuestras propias raíces.
Es evidente que la
sordera aísla y estanca. Quien la padece ve interrumpido su camino y limitado
su capacidad de entender. Eso, no solo te deja aislado sino que te paraliza e
inhabilita. Y no cabe duda, por propia
experiencia, que la tecnología y los avaneces de la ciencia médica, liberan y
hacen posible que la vida del sordo, o del enfermo en particular se vea animada
y capaz de reiniciar su camino con cierta eficacia y utilidad.
Y en este caso, la acción liberadora de nuestro Señor Jesús es providencial y hacedora del bien. A su lado e injertado en Él todo se ve de otra forma. La fe alimenta esa esperanza de liberación y todo cambia y se transforma. La vida se activa, nace de nuevo, se ve de otra manera y se llena de esperanza. Entonces ya se oye lo que verdaderamente hay que oír, y se ve lo que importa ver. Todo tiene sentido y, es más, esperanza de empezar a realmente oír y ver. Porque, el final de este mundo es el comienzo del otro, del verdadero y feliz, donde no hay impedimentos ni para oír ni para ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.