Resulta que cuanto
más complejos somos, más se nos cierra el corazón a la Palabra de Dios. Toda la
Buena Noticia se resume y concreta en unas pocas palabras, sencillas y
entendibles para todos: Amar a Dios y amar al prójimo.
Y por este orden:
Primero Dios y luego el prójimo. De tal manera que sin el Amor de Dios no
podremos amar al prójimo. Pero, también, sin el amor al prójimo no podemos amar
a Dios. En otras palabras, nos engañamos si decimos amar a Dios y no amamos a
los hombres y mujeres que tenemos a nuestro lado.
Todo es así de
sencillo. Y sólo los sencillos estarán en disposición de comprenderlo. De ahí
la expresión de Jesús: “¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado
a la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien!
Precisamente, de
eso se trata, de abajarnos, de humillarnos y de comprender que la felicidad que
buscamos no está en las riquezas ni en el poder sino en la pobreza de ser sencillos,
humildes y abiertos a recibir la Palabra de Dios. Porque, desde esa simpleza
son capaces de aceptar sus limitaciones, sus fragilidades …etc. Distinguir lo
que es justo y lo injusto, lo bueno de lo malo, lo que esta bien y lo que no, lo
que es servir y lo que es servirse …etc.
Y, por consiguiente, darse cuenta de que la Palabra de Dios es el Camino, la Verdad y la Vida, abrirse a ella y aceptarla.
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