(Mt 21,33-43.45-46) |
Mientras creamos que lo que tenemos es nuestro seguiremos pensando que nos lo merecemos y que nos pertenece por derecho propio. En ese sentido no estaremos dispuestos a compartirlo con nadie ni a rendirle cuentas a nadie de cómo lo administramos. Haremos lo que creamos que es mejor para nuestros propios intereses.
Esa es la realidad de lo que está pasando en nuestro mundo. Mientras unos se apoderan de lo ajeno, otros se matan por apoderarse de las mejores tierras o los mejores lugares que existen. Todo se reduce a quitar a unos para ponerme yo. Y las consecuencias no se nos esconden, están a vista de todos: Hambre, miserias, injusticias, guerras, muertes y explotación de los más débiles y pequeños.
Se nos ha dado un mundo con lo suficiente para todos, un mundo para ser administrado con justicia, amor y paz. Un mundo donde el Amor de Dios sea el denominador común y en Él el amor entre todos. Y se nos ha enviado a Jesús, el Hijo de Dios, para que sigamos sus enseñanzas y vivamos el Reino que Él nos propone, pero le hemos rechazado apoderándonos de mundo y administrándolo a nuestro antojo.
Los resultados nos descubren claramente que estamos equivocados, pues los frutos que se desprenden de nuestro trabajo no son los esperados ni los deseados: hambre, sed, violencia, odio, guerras, muertes... no son frutos deseados por nadie, pero nuestra avaricia y egoísmos no generan otra cosa.
Y Jesús les dice: « ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra
que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido;
fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso
os digo: se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que
rinda sus frutos».
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