(Lc 15,1-3.11-32) |
Sorprende el amor del Padre Dios. Sorprende porque es un Amor loco; un amor sin condiciones; un amor compasivo y misericordioso; un amor comprensivo que no pide explicaciones y que lo da todo sin exigir nada a cambio. ¿Cómo podemos rechazar un amor así?
Sin embargo, esa es la triste realidad. Lo rechazamos cuando nos apetece; lo rechazamos cuando creemos que nuestra felicidad está en otra parte, en otras cosas y sólo pensamos en satisfacer nuestro egoísmo y dar riendas sueltas a nuestras apetencias y satisfacciones. Pero cuando todo se vira y se acaba, levantamos el camino de regreso a la Casa de donde hemos salido.
¡Y sorpresa! El Padre Dios nos espera y nos abre sus brazos a pesar de no volver con un arrepentimiento auténtico, sino más bien movidos por la necesidad del hambre, de techo y frío y tantas otras necesidades. Descubrimos y experimentamos el recuerdo de nuestra casa cuando nos la recuerda el hambre y entonces también se despierta el deseo y anhelo del regreso. ¡Dónde estaré mejor!
Se interpone una gran dificultad que hay que vencer: la soberbia de vernos necesitados y la necesidad de vencerla humillándola y abajándonos aceptar nuestra naturaleza limitada y pecadora. Es entonces cuando levantados podemos emprender el camino de regreso. Nos mueve la esperanza de que nuestro Padre nos abra los brazos. No presentamos como hijo indigno que no merece ser tratado como hijo sino como siervo. Y esperamos su Misericordia.
Es de locura el Amor del Padre. No escucha nuestras razones ni explicaciones; no nos deja pronunciar palabra ni nos deja tiempo para sentir miedo. Nos abraza, nos arropa y besa y llama a los criados para que preparen una gran fiesta porque el hijo que estaba perdido ha regresado. Pero hay un hermano mayor, quizás encaja mejor en nuestro papel, tú y yo. Un hermano que siente envidia hasta el punto de no importarle los sentimientos del Padre ni los de su propio hermano.
Ya ni le llama hermano, sino ese hijo tuyo, mirando al Padre. Su egoísmo y avaricia entierra sus sentimientos y endurece su corazón. Teme perder lo que le corresponde y la herencia del Padre, que ya pensaba como suya con la lejanía del hermano. Le molesta el regreso y más que se celebre con una gran fiesta. Es una historia que quizás nos parezca lejana, sin embargo está mucho más cercana de lo que parece. Es tan real como la vida misma y se repite a cada momento en nuestra propia historia.
¿Nos descubrimos hijos pródigos? ¿Nos descubrimos también hermano mayor? Pidamos al Padre Dios que descubramos el gozo de vivir en su Casa.
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