Cuando queremos pasar por nuestra razón este misterio experimentamos desconcierto y confusión. No nos cabe en la cabeza y nos es imposible digerirlo. Supongo que a María, aquella joven, le ocurrió lo mismo. Sólo hay que pensar que para Dios no hay nada imposible, y Él puede dar fecundidad a lo estéril y rejuvenecer lo viejo. Y eso fue lo que hizo María, poner toda su confianza en Dios.
Hoy nos toca a nosotros ese anuncio y se nos pide una respuesta. Dios se hace Hombre en su Hijo, y se encarna tomando naturaleza humana en María por obra del Espíritu Santo. No trates de comprenderlo, porque no podrás hacerlo. Simplemente, se trata de creerlo. Y eso no significa que tienes que creer ciegamente y anular tu libertad. Todo lo contrario. Significa que hay muchas razones para creer, pero nunca podrás entender la Inmensidad y Omnipotencia de Dios.
Estás vivo y, tu sentido común y razón te señalan que Alguien te ha creado. Hay un orden establecido en la naturaleza y todo funciona y encaja como si Alguien lo hubiese ordenado de esa manera. Un castillo derrumbado no se, lanzándolo al voleo, queda de la misma manera otra vez, y menos todo ordenado y cada piedra en su lugar. Está el testimonio de los apóstoles y las Sagradas Escrituras. Todo indica que hay un Ordenador y ha establecido todo lo creado.
Pero, quizás lo más determinante, al menos para mí, es esa siembra que hay dentro del corazón del hombre. Un deseo irrefutable de aspirar a la felicidad y a la eternidad. ¿Quién ha puesto eso dentro del corazón de cada hombre y mujer? Coincide con la Palabra de Dios, que nos lo dice a través del profeta Jeremías -Jr 31, 31-34- y que tú puedes descubrir ahora dentro de tu corazón.
Ante tantas evidencias que me pone el Señor a mi vista, sólo me queda decir como María: «He aquí el esclavo del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y, aunque reconociendo mi pequeñez y humildad, y tanta distancia con María, la Madre del Señor, me pongo en los brazos del Señor para que me de la Gracia de tener fe y confiar en su Palabra.
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