Mt 16,13-19 |
En la Iglesia tenemos que tener una cosa muy clara, seguimos a Jesús y anunciamos a Jesús. Él es el fundador de la Iglesia y el centro de la misma. Él es el Señor, el mismo que Pedro, asistido y movido por el Espíritu Santo confesó como el Cristo, el Hijo de Dios Vivo, y del que recibió el poder de ser la piedra donde el Señor edificaría su Iglesia.
Pedro recibió del Señor el poder de perdonar los pecados y la promesa de que el poder del infierno no prevalecerá contra la Iglesia. Y eso fortalece nuestra esperanza y nos anima a caminar cada día anunciando y proclamando que el Señor es el Hijo de Dios que, enviado por el Padre, ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado. Esto debe estar impreso en nuestros corazones a fuego y tenerlo muy claro. El Señor vive y está en y con nosotros.
Con Pedro y los demás discípulos, concretamente los apóstoles se inicia el peregrinar de la Iglesia asistidos por el Espíritu Santo. Es Pentecostés la salida, por decirlo de alguna manera, oficial de la Iglesia, que, precisamente, lo que hace es anunciar la Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios Vivo que, tomando Naturaleza humana ha venido a morar entre nosotros y, entregando su vida, nos salva de la condenación rescatándonos para gloria de nuestro Padre Dios.
No perdamos de vista esta Iglesia que, fundada por el Señor, arranca desde Pedro y los apóstoles. No perdamos de vista esta Iglesia que, a lo largo de los siglos, va ya por el XXI, sigue firme a pesar de los pecados y caídas de sus miembros, pero, levantados por la Gracia del Espíritu Santo y el Sacramento de la reconciliación. Es esta la Iglesia, nuestra Iglesia y nuestra Madre, que nos cuida, nos protege y nos reune como hijos de un mismo Padre.
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