Lc 15,3-7 |
El término de la palabra oveja no significa, en sentido peyorativo, obedecer a ciega sino todo lo contrario, ir de la mano de quien le lleva por buen camino y obedece su voz y su guia. Aquel que sabe que lo que le ofrece su Pastor es lo mejor y lo que más le conviene. Ser oveja en la confianza que el Pastor le guía hacia abundantes y buenos pastos. Ser oveja confiada en los cuidados y orientaciones de su Buen Pastor.
No es fácil comportarse como oveja y obedecer, sobre todo, si no se tiene la suficiente confianza en el pastor. Se necesita fiarse y abandonarse en las manos de ese buen pastor. Y no todos los pastores son dignos y merecedores de confianza. Ese es el problema que se nos plantea en el mundo en que vivimos. Siempre estaremos a merced de las directrices y orientaciones que nos den los pastores que encontramos en el camino de nuestras vidas. Y esos pastores son limitados y cometen errores.
Sin embargo, hay un Buen Pastor que nunca nos fallará y que siempre estará pendiente de nuestra llamada y de nuestros cuidados. Ese es el Buen Pastor que nunca debe faltar y al que siempre debemos y podemos recurrir. Es el único Pastor que verdaderamente nos quiere, nos cuida y da su Vida por nosotros. Es ese el Buen Pastor al que debemos de obedecer y del que nunca debemos separarnos.
Ese es el Buen Pastor en el que debemos poner toda nuestra confianza y obediencia, porque su Palabra y su Camino son de Vida Eterna. Considerarme oveja perdida y desorientada me da la oportunidad de estar atento y vigilante a la voz del Buen Pastor y estar presto a su obediencia. Es esa la reflexión a la que el Evangelio de hoy nos llama, a ver cual es nuestra situación de oveja. Oveja perdida que no se deja encontrar por su Pastor, u oveja que, oyendo la voz de su Pastor responde y se deja rescatar y salvar por Él.
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