Mc 3,31-35 |
El hombre viene relacionado por vínculos de sangre. Si pedir permiso nacemos en una familia. Una familia que hoy muchos no valoran y quieren destruir en esta sociedad en la que vivimos. La familia no es algo que se nos ha dado socialmente ni por una especial forma de pensar y sentir. La familia es algo natural que nace desde el corazón del hombre, ser racional y en relación que necesita amar y, por ello, relacionarse.
Pero, es que el hombre necesita a la familia porque es consecuencia del amor entre un hombre y una mujer. La naturaleza así lo ha querido y de esa relación sexual nace un nuevo ser, que necesita el calor y el amor de sus progenitores formando una familia. Son vínculos de sangre que unen fuertemente a las personas y las relacionan entre sí. Sin embargo, hay un vínculo más fuerte que la sangre, la fe.
Por la fe, las personas se experimentan unidas de forma espiritual y estrechamente relacionadas en el amor. Una unión que las une de forma plena hasta incluso estar dispuestas a darse, por verdadero amor, hasta el extremo de entregar sus vidas. Un amor que busca el bien, la justicia y la verdad como eslabón de su unidad por encima de todo. Un amor que les vincula como hermanos, hermanas, padre o madre.
Un amor que Jesús expresó de esta forma: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
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