Mc 4,1-20 |
La vida es una siembra y nuestros corazones han sido sembrados en la semilla de la verdad y del amor. La Palabra de Dios impregna nuestros corazones y el hombre experimenta el amor y la verdad. No quiere un mundo de mentiras ni de injusticias, pero, herido por el pecado puede ir en contra de lo que desea. Pablo lo expresa claramente y muy bien cuando dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.” Rm 7, 15-20.
Estamos herido por el pecado y eso nos induce a cometerlos. Es decir, a desear lo prohibido, a satisfacernos en nuestras pasiones, a dar riendas sueltas a nuestra concupiscencia y egoísmos. Y a no dar frutos en verdad y justicia. Por lo tanto, esa siembra hecha en nuestros corazones queda infructuosa por el pecado si no ponemos en juego nuestra voluntad para hacer y vivir según nuestros deseos de amar.
Por lo tanto, la siembra hecha en mi corazón tiene que ser cuidada, no podemos dejarla a la inclemencias del tiempo o de la misma tierra donde haya caído. Tendremos que sembrar donde hay tierra buena, o, dicho de otra forma, proveer nuestros corazones de buena tierra, buena agua y abonos que la fertilicen para que den buenos frutos. En otra clave, la oración, la frecuencia del Sacramento Eucarístico, los buenos hábitos, la comunidad son los condimentos necesarios para sostenernos y hacer lo que esta impreso en nuestros corazones.
Dios nos ha puesto la semilla en nuestro corazón, pero corresponde a cada uno de nosotros cuidarla y regarla para que dé frutos. Sera necesario procurarle buena tierra para que la semilla pueda crecer y echar profundas raíces y desarrollarse. Pero, también hay que limpiarla separarla de las piedras y abrojos que crecen a su lado y amenazan con ahogarla y secarla. Estamos en un mudo hostil, enfermo y cómodo. Un mundo que nos presenta una propuesta tentadora de aparente felicidad en las riquezas, pasiones, poder...etc. Un mundo que nos aleja de Dios y nos acerca a la perdición que se esconde bajo la mentira y la falsa felicidad.
Será bueno reflexionar en la presencia de Dios y a la Luz del Espíritu Santo para descubrir que se hace necesario abonar nuestro corazón de buena tierra donde la raíz de nuestro amor puede dar buenos frutos.
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