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Mt 11,25-30 |
La naturaleza humana es limitada y, por sí misma, incapaz de romper esa barrera que la limita y la esclaviza. Sin embargo, a diferencia de los animales, que tienen su vida determinada y de la que no pueden escapar, al hombre se le ha dado la capacidad de ser libre, de pensar, abstraer y relacionar sus pensamientos y de decidir su elección. Por tanto, es libre para tomar este camino o el otro; es libre para acoger, aceptar o rechazar. Y esa libertad seducida en muchos momentos por el pecado, le ha llevado a darle la espalda a Dios.
Creyéndose como Dios o negando su Divinidad, el hombre, seducido por su propia vanagloria, ha negado la entrada en su corazón a la Palabra de Dios. Y, en consecuencia, la ha rechazado despojándose de toda humildad y sencillez. Ha, por tanto, imposibilitado que Dios entre en su corazón cerrándose a escuchar su Palabra. Y es que la condición sine qua non para acoger y escuchar la Palabra de Dios es la humildad. Sin humildad - que significa tomar conciencia de criatura - la Palabra del Creador - nuestro Padre Dios - no anida en nuestros corazones.
Precisamente, la oración es el camino para que esa Palabra anide, crezca y se haga viva en nuestros corazones. Esa relación - a través del diálogo con nuestro Padre Dios - nos asemeja a cuando niños nos fiábamos de nuestros padres. Así, ahora, reconociéndonos criaturas del Creador - nuestro Padre Dios - caminamos confiados y asidos a su Mano.
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