Se hace difícil
aceptar la palabra y sus enseñanzas de aquel al que conocemos de pequeño y
sabemos sus orígenes. Alguien que ha vivido y crecido junto a nosotros y que
sabemos de dónde viene y lo que ha estudiado. ¿De dónde, pues, saca esa
sabiduría con la que Jesús exponía su mensaje y hacía esos milagros?
En ese contexto se
hace duro y difícil aceptar la superioridad y maestría del hijo de la tierra. Pero
¿cómo nos va a enseñar este que conocemos y sabemos quién es? Es la actitud
lógica y de sentido común con la que actuaría cualquier pueblo o comunidad.
Podría preguntarnos que diríamos nosotros ahora. Incluso, ¿no lo decimos de
muchos compañeros o sacerdotes que nos hablan de Jesús, de su Palabra, de su
obra y milagros? Evidentemente, la historia se repite.
Así de sencillo, posiblemente nos resultará difícil dejarnos invadir por la admiración y más fácil nos será escandalizarnos por los que algún compañero cercano y conocido nos pueda hablar de Jesús. Más que palabras nos convendría interiorizar y preguntárnoslo seriamente.
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