Tenemos el deber de advertir al hermano y amigo de lo que, la comunidad, entiende que hace mal, y el derecho de que se nos escuche y atienda. Lo que en mí es un deber, se hace derecho en el otro, y viceversa. Tanto el equivocado como el conocedor de la equivocación están llamados a verse y a descubrirse en el error y la corrección.
Pues, depende de uno y del otro que la corrección fraternal sea bien entendida y aceptada. Así las cosas, todo quedará zanjado y la armonía reinará en la comunidad. De apoderarse la soberbia y el orgullo de la corrección, todo se verá oscuro y la luz quedará oculta y cerrada a la verdad. Entonces, reiterado el intento de hacer luz, habrá que dejar en la oscuridad a aquél que quiere, siendo advertido, permanecer en ella.
Pues somos libres y nuestra libertad no puede nunca ser violentada. A lo más, sugerida y propuesta a buscar la luz y la verdad.
Que mis labios y mi lengua, SEÑOR, sean valiente
y hábil para llamar a la verdad y descubrir
la mentira.
Que mis palabras sean instrumentos de sosiego,
de fraternidad y de llamada a la
corrección, asistido en
el ESPÍRITU SANTO. Amén.
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