Se hace difícil seguir a Alguien cuya misión es morir y dar su Vida por los demás. Indudablemente que no se entiende, porque, no es una muerte cualquiera sino una muerte indigna consecuencia de ser condenado a morir crucificado en la cruz. La muerte más ignominiosa y cruel con la que se condenaba a los mayores delincuentes y malhechores de aquella época.
Esa es la misión del Mesías enviado que, preguntado a los apóstoles por la identidad de Jesús, Pedro responde identificándole con el Mesías prometido. Indudablemente, desconocen la misión de Jesús y, posiblemente, Jesús les invita a que no digan nada, pues todavía no entienden que significa Mesías prometido y enviado a dar su Vida por la salvación de los demás. Y es que un Mesías no se entiende si no es un triunfador y un vencedor en todos los órdenes, políticos y de poder.
Igual a nosotros nos ocurre algo parecido. Si ellos desconocían la verdadera misión de Jesús, nosotros ponemos en duda su triunfo y resurrección. Muchos no alcanzan a creer porque no entienden el triunfo de Jesús en la Cruz. Es, precisamente, el Amor lo que da sentido a la muerte de Jesús y lo que realmente redime al hombre. Es el Amor lo que salva eternamente y no origina una espiral de violencia, odios, memoria histórica, hoy llamada, erroneámente, demócratica y otras guerras interminables entre los pueblos y las ideologías que, erre que erre son oleadas de enfrentamientos, luchas y violencia que solo perjudican al pueblo y, precisamente, a los más pobres.
Jesús muere para salvarnos y para enseñarnos que, solo el amor, nos salva, nos hace mejores, nos da la paz y nos reúne en torno a la verdad y la justicia. Pero, a pesar de todos, muchos siguen empeñados y dirigir el mundo con el poder, la ambición y el estar por encima de los demás. Al final, sus cruces, porque, sus cruces llegarán, serán cruces de desesperación, sin sentido y de perdición.
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