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Lc 11,15-26 |
Es evidente que desde la hora de nuestro nacimiento y tomamos conciencia de nuestro ser, descubrimos que nuestra vida va a estar envuelta en una lucha constante y sin tregua contra el mal. Se trata del bien contra el mal, pero con la desventaja que nuestra naturaleza herida por el pecado está inclinada o sometida al mal. Dicho en otras palabras, no podemos escapar a la atracción del mal - pecado - por nosotros mismos. Estamos sometidos y esclavizados y necesitamos un Liberador que nos rescate y nos dé la libertad.
Nuestra vida, por tanto, es el resultado de esa lucha entre el bien, que queremos hacer y sentimos, en y desde lo más profundo de nuestros corazones, y ese mal que, porque nuestra naturaleza está herida por el pecado, nos arrastra y nos somete. La respuesta se hace clara y nítida, Cristo Jesús. Con Él saldremos vencedores de esa lucha; con Él seremos mayoría aplastante ante las acometidas y seducciones del demonio; con Él seremos lo suficientes fuertes y firmes para sostenernos en su fidelidad y vivir en la Voluntad del Padre.
Pero, ¿dónde está el peligro? Evidentemente y sin lugar a dudas, la amenaza del peligro y lo que espera el demonio y tentador es que nos alejemos del Señor, que nos salgamos del redil y nos perdamos, tal y como sucedió con aquella oveja perdida de la parábola - Mt 18, 10-14 -. La recomendación es que nunca nos alejemos, hasta el punto de perdernos, del redil. Es decir, que siempre estemos junto a nuestro Padre, verdadero y único Pastor del rebaño.
Porque, Él y sólo Él será el único Pastor que entregará su Vida por salvar la nuestra. Ya nos lo ha demostrado entregándose a una Muerte de Cruz por verdadero Amor. Por tanto, comprometámonos a luchar contra el mal que busca esclavizarnos yendo siempre de la mano de nuestro Señor Jesús.
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