(Mt 17,10-13): Bajando Jesús del monte con.
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Y es que en cuanto aplicamos los criterios del mundo, la justicia nos vuelve implacables, pues lo justo es dar a cada uno lo suyo y en eso está contenido las penas y castigos también. Pues es justo que aquel que delinque pague su culpa al precio que estipula la ley y en proporción a la gravedad de su culpa.
Lógico y de sentido común sería que cada uno de nosotros pagáramos nuestras culpas, y seguro que nadie escaparía, pues quien esté libre de pecado que levante la mano. Así, nuestra vida estaría perdida y destinada a la perdición. Sólo el amor del Padre nos salva y nos redime de nuestras culpas porque su Misericordia supera a su justicia.
Y es que la justicia sin amor nos hace implacable y tiranos. Así nuestro mundo, gobernado por la justicia del hombre está falto de amor y cae en su propia trampa, porque el hombre está necesitado de amor ya que es pecador y necesita misericordia para ser perdonado. Sin amor nada seríamos y nos perderíamos en y con nuestra propia justicia.
El hombre cegado por su egoísmo aplica su propia justicia, y se hace implacable. Genera violencia porque la justicia humana está apoyada en los intereses de cada uno. La mueve su egoísmo y esconde la verdad. Y una justicia apoyada en la mentira se vuelve tirana y genera violencia y enfrentamientos. Por eso, los profetas y el mismo Jesús han sufrido el rechazo y la violencia de los hombres que cegados por sus egoísmos no han recibido la Buena Noticia de la salvación.
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