No doy los frutos que debiera, y eso me preocupa. Sin embargo, el PADRE Bueno del Cielo espera pacientemente un año tras otro. Y cuida mi tierra, la abona y riega y le da calor sin ningún resultado. Pero espera pacientemente, sin exigirme ni presionarme. ¡Cuanto amor!
Cuanto amor imposible de entender. Y eso nos desespera a veces también. Por qué no tener confianza y, como el hijo prodigo, regresar a ÉL. Sabemos que no merecemos el trato y cuidados que nos da, ni tampoco damos los frutos que debemos dar, pero, ese amor, nos conforta y nos mueve a esforzarnos en dar frutos. A luchar contra nuestra hipocresía, contra nuestras apariencias, contra nuestras mentiras, contra nuestras autotraiciones.
Como Pablo, SEÑOR, tu apóstol de los gentiles,
queremos, con tu Gracia, hacer tu
Voluntad, y no la nuestra.
Danos las fuerzas y la luz de, no sólo querer,
sino también de llevarlo a cabo. Te
lo pedimos junto a tu Madre
María, la obediente
y cumplidora. Amén.
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