Nuestra
permanencia está estrechamente relacionada con nuestra fe y unidad. Si decimos
que permanecemos estamos entendiendo que relegamos a un segundo plano aquello
que no es esencial y que, por tanto no nos impide estar unidos y darnos
mutuamente desde nuestra fe en el Señor. Solo podemos permanecer desde la unidad
y fe en la Persona de nuestro Señor Jesús. De modo que cuando nos separamos,
por las razones que sean estamos poniendo en peligro y tela de juicio nuestra
permanencia en el Señor.
Resulta que si
damos prioridad a nuestras razones, a nuestros intereses, a nuestros egoísmos y
pasiones chocamos unos con otros. Y nuestra mutua permanencia se resquebraja y divide.
Permanecer es afirmar que se puede contar con nosotros porque todo lo demás
queda afuera. Nos despojamos de nosotros para permanecer en el Señor como Él
permanece en nosotros
Eso fue lo que sucedió
en aquellos momentos de la Pasión del Señor. Los apóstoles, aunque se
escondieron y dejaron a Jesús solo, permanecieron juntos y unidos. Jesús, cuya
permanencia en nosotros es garantía de su Palabra, se les aparece cuando están
reunidos. Posiblemente sea esa una razón más de la necesidad de la Iglesia que
nos convoca a eso, a permanecer unidos en la fe, y en el compromiso mutuo del
amor que Jesús nos declaró en aquella última cena del lavatorio de los pies.
Experimentemos que en el compromiso de permanecer unidos está el Señor. Sus Palabras no son bien conocidas: «ámense unos a otros como yo los amo», porque, el Señor, ha Resucitado y continúa permaneciendo entre nosotros. Permanezcamos también nosotros injertados en el Señor, unidos a Él y a los hermanos haciendo verdadero cumplimiento de su mandato: «Ámense unos a otros como yo los he amado»
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