Es evidente que
siempre hemos oído hablar de los ángeles y que representan un misterio en
nuestra vida. Quizás no los hemos visto, pero sí hemos oído hablar mucho de
ellos y criados en la idea de que cada uno tenemos un ángel de la guarda.
Personalmente puedo testimoniar muchos momentos de mi vida en la que he sentido
esa presencia de mi ángel de la Guarda. Quizás no lo he advertido en ese
preciso momento, pero luego he caído en la cuenta de que en aquellas ocasiones
estaba allí mi Ángel de la Guarda para sacarme o salvarme de ese peligro.
Lo podrás creer o
no, pero la realidad es que los ángeles, seres celestiales, han estado siempre en
nuestra presencia. Y la historia de salvación habla de ellos. María recibió la Buena
Noticia de que iba a ser la Madre del Mesías a través del ángel Gabriel, portador
de buenas noticias. Los enfermos recurren al ángel Rafael como sanados de
enfermedades y en nuestra lucha personal contra los enemigos de nuestra alma –
mundo, demonio y carne – recurrimos a Miguel, que nos ayuda a salir victoriosos.
De igual manera, Jesús, nuestro Señor, en su Naturaleza humana también tuvo ayuda y asistencia de los ángeles en puntuales momentos de debilidad y de prueba. Y lo mismo nos ha podido suceder a muchos, si no a todos, al menos a mí, en momentos puntuales de mi vida en los que reconozco que he sido asistido y liberado de algún atropello, imprudencia o circunstancias peligrosa por la mano de mi ángel de la Guarda. Sé que en algunas de mis humildes reflexiones las he compartido.
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