viernes, 1 de marzo de 2019

ENSÉÑAME A OÍR LO QUE TU DICES Y NO LO QUE A MÍ ME GUSTARÍA OÍR

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Mc 10,1-12
La pregunta ronda mi cabeza, ¿quiero que lo que dice Jesús sea de mi agrado y, sin darme cuenta, acomodo sus enseñanzas a mis intereses? Esa es la cuestión, porque de esa forma me estoy creando yo un dios de acuerdo con mi imaginación y con mis intereses. Lo del matrimonio es duro, porque vivir en comunidad y en fidelidad es duro. Sobre todo cuando ese estado toca mis instintos sexuales, mi propia vanidad, mi ego personal y mis satisfacciones egoístas.

El amor es una batalla diaria y, a veces, ingrata, dura, costosa e incómoda. Mantener esa fidelidad, a veces no sostenida en la atracción sexual o mortificada y asediada por  tus propias pasiones; las diferencias y luchas con la orientación a los hijos y la propia estructura familiar hacen de tu vida un calvario, una cruz que cuesta cargar cada día. No hay otro camino, amar significa todo eso y todo eso es darte, olvidarte de ti y entregarte al otro y a los otros. 

La familia es espacio de gozo y cruz, de penitencia y de salvación. El amor exige eso, pues cuando todo empezó e iba sobre rueda no hacía falta buscar el amor, se amaba sin esfuerzo e incluso daba gozo vivirlo y hacerlo. Pero, llegan momentos de prueba y de sacrificio, y entonces es cuando hay que demostrar que realmente se amaba. Es lo que espera Dios de ti y de mí, y es lo que podemos dar a Dios, la prueba de nuestro amor amando en familia.

Es el plan que Dios ha pensado sobre nosotros y no pongamos pegas, porque sólo Dios sabe lo que nos conviene y lo que realmente es bueno para nosotros. No perdamos de vista que Dios nos ama así y así nos lo demostró Jesús en su Vida en este mundo. ¿No tendría Dios motivos para dejarnos a cada uno de nosotros? Sin embargo, no sólo no nos ha dejado sino que ha enviado a su Hijo para darnos la posibilidad de recuperar esa dignidad que tenemos por ser sus hijos. Tengamos fe y paciencia.

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