(Jn 16,29-33) |
La guerra está ganada, somos vencedores aunque algunas batallas se pierdan. Esta es la esperanza que nos mantiene siempre vivos, siempre motivados, siempre en camino, siempre alegres y fortalecidos. No hay miedos, aunque en muchos momentos sintamos temores y angustias. Nuestra naturaleza pecadora no nos permite dejar esas limitaciones y sentimientos, pero la esperanza de que todo pasará y será transformado en alegría nos alienta a seguir con firmeza hacia adelante.
No cabe ninguna duda que nuestro camino estará sembrado de tribulaciones, sacrificios y sufrimientos. Él, nuestro Señor, los sufrió primero, y nosotros no vamos a ser menos. Nos lo ha dicho, no nos miente y nos advierte lo que nos espera, pero nos promete que todo terminará en victoria y alegría. Se puede decir más alto, pero nunca más claro. Él ha vencido al mundo, y en Él, nosotros venceremos también.
Los valores del consumismo, del capitalismo, de la sensualidad y del
materialismo están en boga y en contra de todo lo que suponga ponerse en
sintonía con las exigencias evangélicas. No obstante, este conjunto de
valores y de maneras de entender la vida no dan ni la plenitud personal
ni la paz, sino que sólo traen más malestar e inquietud interior. Al final nos espera el vacío y la insatisfacción. ¿No será por esto que, hoy, las personas van por la calle enfurruñadas,
cerradas y preocupadas por un futuro que no ven nada claro, precisamente
porque se lo han hipotecado en cosas caducas, finitas y que vienen y van sin dar respuesta a nuestras inquietudes y preguntas más vitales y trascendentes?
Jesús es la respuesta a todos nuestros interrogantes. Los discípulos se dieron cuenta: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora
que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos
que has salido de Dios». La pregunta es ahora, ¿nos damos cuenta también nosotros?
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