Los hombres están ávidos de sorpresas. Queremos ser sorprendidos, y cuando nos sabemos que este retiro o ejercicios lo va a dar tal sacerdote, nos desanimamos o alegramos según nuestra consideración y estima al tal sacerdote. Igual ocurre con las Eucaristías. Asistimos a ellas a veces eligiendo al sacerdote que la celebra porque nos gusta más.
Igual puede ocurrirnos con el Mensaje del Señor, pasamos de él porque estamos cansados de oírlo y no ahondamos en su significado ni profundizamos en lo que nos dice. Y también, depende quien nos lo diga. Eso ocurrió con Jesús. Era conocido e hijo del carpintero. ¿Qué, entonces, nos va a decir este?
El Mesías esperado tiene que ser alguien que no se sepa de dónde viene. Y a este lo conocemos. Nos atamos a las profecías y nos confundimos. No reflexionamos ni tampoco profundizamos sobre el contenido y lo que nos dice. Y, más todavía, el testimonio que da con su Palabra acompañándola con su Vida.
Jesús es el enviado del Padre. Enviado a dar libremente su Vida para la salvación de todos los hombres. Enviado a, voluntariamente, darse y entregarse en servicio por amor a todos los hombres. Enviado para revelarnos el Amor del Padre y darnos testimonio de su Amor. Pero, sobre todo, para vencer con su poder la muerte con su Resurrección.
Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Camino de esperanza y de verdad que nos salva para la vida eterna.
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