domingo, 11 de febrero de 2018

IMPURO Y EXCLUIDO

Mc 1,40-45
No sólo eres atacado por una enfermedad incurable en aquella época, sino que quedas marcado y excluido de la sociedad. Posiblemente no podía haber mayor desgracia. A las dolencias y sufrimientos físicos se une la exclusión social. Quedas solo, apartado, sin derechos y señalado como impuro, como castigado por Dios. No podía haber mayor desgracia.

Ante esta realidad de su tiempo en la tierra, Jesús siente compasión y cura a muchos leprosos. Le preocupa la exclusión social y la marginación de todos aquellos caídos en desgracia. Y hoy sucede lo mismo. Muchos son marginados y excluidos de sus derechos. Son explotados y tratados como mercancía y utilizados como objetos de producción y placer. Sobre todos los niños.

Otros, por su baja rentabilidad, los ancianos, son excluidos y apartados, y amenazados con la eutanasia. Es el mundo de lo útil y de la producción. Lo que no produce se tira y se desecha, incluso al hombre que está fuera de ser productivo o tiene bienes, riqueza y poder. Vales lo que tienes o puedes producir. De la impureza hemos llegado a la cocificación. Hasta el punto que objetos y animales pueden valer más que una persona. Hemos perdido el norte.

¿Acaso no somos hijos de Dios? ¿Y nuestra dignidad no está apoyada y fundamentada en el amor que Dios nos tiene? ¿No somos, ante los ojos de Dios, todos iguales y con los mismos derechos? Está claro que en la medida que nos alejamos de Dios, el mundo pierde su sentido y se precipita al vacío. La impureza no está en lo exterior o en la enfermedad. La impureza reside dentro de nuestro endurecido y contaminado corazón apegado a las riquezas y poder de este mundo.

Necesitamos del Médico bueno que se compadece de nosotros y nos cura. Una curación que nos libra de la esclavitud y del pecado. Ese pecado que nos llena de rencor, de insatisfacción, de vacío, de tristeza, de odio, de venganza y de muerte. A Él nos encomendamos.

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