Puedo mirarte de
forma indiferente o de forma despreciable; puedo mirarte con una mirada de
acogida o de bienvenida; puedo mirarte con ojos de ira, de violencia y de
venganza o puedo mirarte de forma compasiva y misericordiosa.
Es evidente que
puedo mirarte de muchas formas, pero solo hay una manera de mirar cuando se
mira con amor: con misericordia y ofreciéndote
la salvación. Donde nadie cree que hay salvación, el Evangelio – la Palabra de
Dios - te ofrece la salvación. Y eso exige
e implica otra forma de mirar que el mundo no acepta ni entiende.
Las
bienaventuranzas son posibles en un mundo donde son desterradas y dadas por
imposible. Los que lloran y sufren serán consolados y liberados del dolor y sufrimiento
para ser eternamente felices. Los marginados, despreciados y excluidos serán
considerados, tenidos en cuenta e incluidos en la Casa del Padre. Donde hay
vaciedad resultará que hay abundancia. Todo en la presencia de Dios se hace
posible.
Y, evidentemente, para que todo esto sea verdad tendremos que ser de otro mundo, porque este mundo es como es y no quiere ser de otra manera. Habría que pensar de otra forma, ser de otra manera y creer en la Palabra de Dios. Ese Dios que no es un concepto, algo en lo que puedo creer, sino una Dios Persona, que encarnado en Naturaleza humana, ha muerto por nosotros y ha Resucitado para también darnos, a los que creen en Él, esa resurrección para la eternidad gozosa y feliz.
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