El asunto se
esconde en perseverar. Es palabra de Dios: «el que persevere hasta
el final, se salvará» Y eso significa confiar, tener fe y
mantenerse fiel hasta el final. Significa creer en la Palabra y promesa del
Señor y, a pesar de las dificultades, de los nubarrones negros, que envuelven y
amenazan nuestra vida, sostenernos firme en el Señor, creer en su Palabra y
serle, en la medida de todas nuestras posibilidades, fiel.
La felicidad no es
cosa del momento. Incluso, cuando somos felices ni nos damos cuenta. Solo, en
el tiempo, vamos descubriendo que somos felices y el por qué lo somos. De la misma
manera notamos y experimentamos que no somos felices cuando en el tiempo vamos
experimentando nuestro dolor, nuestra tristeza y angustias. Entonces llegamos a
distinguir el tiempo de felicidad y el de infelicidad.
Descubrimos el
valor de un vaso de agua cuando realmente tenemos sed y no tenemos no podemos
saciarla. ¡Entonces decimos, quién tuviera un vaso de agua en este momento para
saciar mi sed! Y al mismo tiempo damos valor a un simple vaso de agua. De la misma
manera nos ocurre con le felicidad. No la percibimos, somos felices y no nos damos
cuenta. Entonces, cuando nos falta, cuando llega el dolor y la angustia
valoramos esos momentos y tiempo de felicidad.
Ser feliz tiene mucho de perseverancia. Y la perseverancia – nuestra perseverancia – tiene mucho que ver con la presencia de nuestro Padre Dios. Porque, sólo en Él seremos capaces de sostenernos perseverantes. De Él, de su Espíritu, nos viene la fortaleza, la sabiduría y la paz para, llenos de esperanza, ser perseverantes. Sólo de y en Él, podemos llenarnos de esperanza y alegría sabiendo que vamos camino de ser eternamente felices. Y esa esperanza en la Palabra del Señor, nos dará fortaleza para perseverar hasta el final.
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