Es evidente que
cuando recibes una gran noticia, ardes en deseos de darla a conocer. Sobre todo
a tus seres queridos y más cercanos; a amigos y conocidos y a todo tu ambiente,
donde haces vida social cada día. En consecuencia, la Buena Noticia es la Noticia
– valga la redundancia – que debemos proclamar. Es la Noticia que todos debemos
conocer y la única que nos salva y da vida eterna en plenitud de gozo y
felicidad.
Tras recibir al
Espíritu Santo en el instante de nuestro bautismo, quedamos configurados como
sacerdotes, profetas y reyes, y, en consecuencia, llamados a dar testimonio y
anuncio de la Gracia de salvación eterna que hemos recibido.
¿Y cómo lo
hacemos? Pues de manera natural, dejándonos impregnar de la Gracia del Espíritu
Santo y viviendo con naturalidad los sacramentos recibidos, sobre todo, el de
la reconciliación y perdón y la Eucaristía. En ellos recibimos la fortaleza
para perseverar y dar testimonio de nuestra fe.
Por otro lado,
aprovechando cada momento de nuestro vivir de cada día para anunciar, bien de
palabra, bien con nuestro servicio desinteresado, nuestro testimonio y nuestra
disponibilidad, el amor misericordioso que Dios nuestro Padre nos regala por
los méritos y Pasión de su Hijo, nuestro Señor Jesús.
Precisamente, es de ahí desde donde nace la fuente auténtica de nuestra autoridad – la Gracia recibida del Espíritu Santo - con la que los cristianos quedamos investidos.
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