Sucede que las
personas que sufren alguna adversidad, al menos nos parece, viene de un castigo
de Dios. Y, por otro lado, las que intentan hacer su Voluntad reciben premio y
les va bien.
En mi humilde
opinión, ni una cosa ni otra. Dios, nuestro Padre, no se mete en esas cosas, si
bien, si lo cree necesario actuará. Él es dueño de hacer lo que crea, sobre
todo si es para bien de sus hijos.
Las cosas suceden
porque los hombres, consciente o inconsciente las provocan con sus actuaciones.
A veces aparecen sin intención, por coincidencias en el tiempo o en la acción,
y otras por nuestras irresponsabilidades, errores y pecados. Dios ha dejado el
mundo en nuestras manos, y para nuestra salvación. Es cierto que nos acompaña y
nos asiste, pero siempre contando con nuestro permiso. Nos ha creado libres y
nos deja la libertad para que decidamos nosotros.
Otra cosa es que
nos ha creado a su imagen y semejanza, y eso nos inclina, al menos lo
experimentamos, deseos de hacer el bien y amar. Y otra, consecuencia de nuestra
libertad – si no no seríamos libres – inclinados a dejarnos seducir por
nuestras pasiones, ambiciones y egoísmos. La sombra del pecado nos acompaña y
nos somete si no acudimos al Espíritu Santo, que desde la hora de nuestro
bautismo está presente en nosotros.
La paciencia de
nuestro Padre Dios, así como su Misericordia es Infinita, y, a pesar de nuestras
meteduras de pata, errores y pecados, nuestro Padre nos da siempre la
oportunidad de arrepentirnos y convertimos. Así nos lo dice en el Evangelio de
hoy con esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña,
y fue a buscar … Pero el viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y
mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en
adelante. Si no, la puedes cortar”.
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