(Jn 2, 13-22) |
Rezamos y cumplimos nuestros compromisos u obligaciones, pero nuestro corazón está partido. A media con la ley y a media con Dios. En él hay quizás más de este mundo que del Reino de Dios. Nuestras primeras prioridades siguen siendo las de aquí abajo, las materiales, las caducas: riquezas, poderes, la ambición de tener más que el otro... Así, todo lo que tocamos lo corrompemos.
Nos buscamos, y en esa búsqueda egoísta excluimos a todos y todo lo demás. Sólo pintamos nosotros y nuestros intereses. No es de extraño, contemplando todo esto, que nuestros templos sean lugares de reunión pero no de celebración y encuentro con el Señor. De alguna forma continuamos vendiendo, comprando, cambiando nuestros intereses y autoengaños de hoy.
Necesitamos purificarnos y limpiarnos por fuera, pero más por dentro, para que, convertido nuestro corazón, convirtamos también el lugar donde nos reunimos y nos encontramos sacramentalmente con el Señor.
Dejemos entrar la Gracia del Espíritu Santo en nuestro corazón, para, transformados, adoremos al Señor en espíritu y en verdad.
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