Para eso nos hace falta el amor. El Amor, primero a Dios, y luego a los hombres. Si falta una de esas premisas no hay verdadero amor, y sin verdadero amor no hay encuentro con Jesús. Jesús está entre los hombres porque ha venido a salvarlos, y, los hombres, para salvarse necesitan amarse como Jesús nos ama. Él es la referencia y el modelo.
Y eso no es fácil. No sólo porque nos cuesta, sino porque no sabemos cómo, cuándo y dónde hay que hacerlo. La ayuda y el servicio hay que darlo a quien realmente lo necesita, y no a quienes, más espabilados, ven la oportunidad de aprovecharse. Es verdad que corremos el peligro de equivocarnos, de ser egoístas y de autoengáñarnos, pero para evitar eso tenemos la Iglesia, la comunidad, la oración y, sobre todo, la asistencia y compañía del Espíritu Santo, que nos ilumina el verdadero camino que debemos tomar.
Es, entonces, cuando toma sentido el cumplimiento, las prácticas, el ayuno y preceptos que nos fortalecen para vivenciar el amor a Jesús en medio de los hombres. Es, entonces, cuando el testimonio transmite vida y habla con las obras descubriendo la fe. Porque no se entiende el darse sin amor, y el amor no se puede dar si antes no lo hemos recibido por la Gracia del Señor.
Gracias, Señor, por descubrir nuestras limitaciones, apegos y pecados, porque en ellos descubrimos y experimentamos nuestra impotencia y pequeñez. Y aprendemos a ser humildes y a descubrir que sólo en Ti, por Ti y Contigo podemos, por tu Gracia y Misericordia, alcanzar la aspiración y meta de ser perfecto como nuestro Padre es perfecto.
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