(Mc 10,1-12) |
Si Dios es eterno, el Amor también lo será, porque si Dios es Amor y Eterno, el Amor, por deducción, también será Eterno. Puro silogismo. De modo que el amor entre un hombre y una mujer, creados semejantes a Dios, también, por deducción, será eterno. Es decir, no se puede romper como nos dice Jesús en el Evangelio de hoy: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Se puede argumentar lo que se quiera y hacer demagogia. Hay para todos los gustos y salidas por la tangente de muchas formas, pero la Palabra del Señor queda clara. Y esa Palabra la Iglesia no puede cambiarla por mucho que quieran o insistan los hombres y mujeres. Que cada cual cargue con su cruz.
Sucede que, tanto el hombre como la mujer confunden el verdadero amor, semejante al de Dios, con su propia pasión, con sus propios sentimientos, con sus intereses y egoísmos, y esos sí son limitados, caducos y terminan, pero el compromiso de amor persistirá siempre, como persiste eternamente el compromiso, sin condiciones, del Amor de Dios.
Porque la esencia del Amor de Dios es contraria a los criterios del amor que propone el mundo. Mientras el mundo mide el amor con una medida de valor apoyada en el interés económico, placentero y egoísta, el amor que Jesús propone es un amor desinteresado, entregado, gratuito, incondicional y comprometido por Amor. Y un Amor así es eterno.
Por eso, los creyentes en Jesús se casan en su presencia, es decir, sacramentalmente. Y no hay ningún miedo a las tempestades y terremotos que puedan venir, que sabemos que vendrán, porque el compromiso está sostenido por Jesús y bendecido por el Padre. Amarnos como nos ama Dios es la aventura más hermosa y dichosa a la que el hombre y la mujer aspiran. Por eso y para eso ha venido Jesús, para, en el Espíritu, acompañarnos en ese compromiso de amor que dura para siempre.
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