lunes, 22 de mayo de 2017

TAMABIÉN NOSOTROS SOMOS ENVIADOS COMO PARÁCLITOS

(Jn 15,26—16,4)

No es cuestión sólo de recibir, también lo que hemos recibido hemos de darlo. De modo que, si recibimos al Paráclito, también tenemos que llevarlo a otros. En este sentido ya se nos ha imprimido y configurado el carácter de sacerdote, profeta y rey en el momento de nuestro Bautismo. Estamos llamados a dejarnos invadir por el Paráclito, el Consolador, Defensor y Protector que nos guiará hacia y por el único y verdadero Camino, Verdad y Vida, que es nuestro Señor Jesús.

San Agustín decía: Señor, que allá dónde hay odio yo ponga amor; Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón;que allá donde hay discordia, yo ponga la unión; que allá donde hay error, yo ponga la verdad; que allá donde hay duda, yo ponga la Fe; que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza; que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz; que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. 

Y una señal de nuestro seguimiento es el dar testimonio. En ello manifestaremos que nos esforzamos en seguir y vivir en el Señor. Se notará en que nuestra vida se convierte en un signo testimonial de la Palabra de Dios, pero, ello, exigirá sostenernos en el Señor y vivir en su presencia. ¿Cómo? 
a) en la reflexión diaria de su Palabra y el esfuerzo por, cada día, vivirla en los acontecimientos que se suceden en nuestra vida.
b) estableciendo coherencia en y desde nuestra palabra y nuestra vida. Sólo cuando lo que se dice está estrechamente relacionado y vinculado a lo que se hace, la Palabra de Dios se hace presente en nuestra vida y da testimonio. Y llega y toca el corazón del otro.

Hagamos que esta promesa se cumpla y abramos nuestro corazón para acoger al Paráclito: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio

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