Jn 17,1-11a |
El anhelo del hombre es vivir. Nadie quiere morir y, aunque lo inevitable le hace resignarse, su esperanza es siempre superar la muerte. La experiencia nos dice que cuando conocemos a un buen y verdadero amigo participamos de su amistad y eso nos permite beneficiarnos de sus cualidades y favores. Pues bien, de la misma manera conocer al Padre es quedar revestidos de Vida Eterna. Nos lo dice el mismo Jesús en el Evangelio de hoy: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.
Ha llegado la hora, Padre, de conocerte y de glorificarte. Y te conocemos porque tu Hijo, el enviado y predilecto, nos lo ha revelado y dado a conocer, dándonos también, por el poder recibido de ti, la Vida Eterna. Por eso, Padre, te pedimos que nos ayude a guardar esas palabras recibida de Ti por medio de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y de glorificarte en este mundo mientras dure nuestro camino.
Nosotros seguimos en este mundo y necesitamos la asistencia del Espíritu Santo para poder avanzar y no desfallecer. Sabemos que no estamos solos y que Jesús, nuestro Señor, pide al Padre por nosotros. No nos ha dejado aquí solos y a merced del mundo. Él ha fundado la comunidad, la Iglesia, y pide para que el Padre la sostenga y le dé fuerza para que el nombre de su Hijo sea glorificado dándolo a conocer junto al Padre que lo envió.
Nuestra misión consiste en dar a conocer al Padre, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, nuestro Redentor y Salvador. En esto, reiteramos, consiste la Vida Eterna, porque ellos son Eternos. Pero, esta misión no es fácil y necesitamos la mediación del Hijo y del Padre. Del Hijo porque permanece con nosotros en el Espíritu Santo, y del Padre para que nos guarde en este mundo en el que todavía permanecemos esperando la segunda venida del Hijo para ir con Él a la presencia del Padre.
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