jueves, 27 de diciembre de 2018

TAMBIÉN YO CREO

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Jn 20,2-8
Muchos nos preguntamos, ¿por qué creer? ¿Acaso hay alguna prueba científica o tan convincente para hacerlo? Esas y otras parecidas son las respuestas a la propuesta de la fe. Sin embargo, detrás de esas respuestas se esconde nuestra naturaleza humana, que es pobre, imperfecta, apegada a vicios y apetencias y profundamente egoísta. Tentada y vencida por la ambición, el poder y la vanidad, y bañada de mucha soberbia, orgullo y suficiencia. Con estas características lo más fácil es auto engañarnos y distorsionar nuestra propia realidad.

Porque, a pesar de todo, nuestra naturaleza experimenta esperanza y quiere liberarse de esas ataduras que la esclavizan y las someten. Una esperanza de alcanzar el gozo y la plenitud eterna; una esperanza de vida eterna. Y si eso convive también con los otros deseos, es bien manifiesto que nuestra vida responde a lo que realmente conocemos y hacemos cada instante de ella, luchar contra el mal. Por consiguiente, nuestra vida es la lucha del bien contra el mal. Pablo ya lo expresó claramente - Rm 7, 19-20 - y cada uno lo experimenta en su propia vida.

Es una experiencia y una verdad que derrumba esos primeros argumentos que citábamos al principio. Vencidos por nuestras apetencias y egoísmos buscamos justificarnos y cambiamos la realidad, es decir, nos auto engañamos. Del auto engaño hemos hablado mucho. Juan, uno de los testigos oculares y presenciales, que conoció a Jesús, nos da testimonio de la verdad y nos la transmite hasta el extremo, como el Maestro, de entregar su vida. Y como Juan muchos otros.

El fundamento de nuestra fe es la Resurrección de Jesús, el Señor. De no haberse realizado hoy Jesús sería un personaje más de la historia sin más importancia. Un gran hombre, como muchos otros, pero nada más. Pero, para gracia, fortuna y bien de todos los hombres, no ha sido así. Jesús, el Señor ha Resucitado y mantiene viva esa llama de esperanza dentro de nuestros corazones. 

Nadie puede decir lo contrario, si bien, nosotros no podemos tampoco demostrarlo, pero si creer en aquellos discípulos que lo vieron y nos lo han transmitido. Hay muchas razones para creer y ninguna para no creer, salvo el egoísmo de los que quieren vivir según sus intereses, egoísmos y placeres.

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